MONDOÑEDO, DONDE UN HECHIZO PARÓ EL TIEMPO
MONDOÑEDO, DONDE UN HECHIZO CONGELÓ EL TIEMPO
Hablar de Mondoñedo, es hablar de historia, religión, arte o literatura. La fé, la memoria y los sueños inundan este valle. Un halo misterioso de niebla protege la ciudad, cubierta por una esfera de jabón, una pompa o burbuja, que la encapsula en el tiempo. Aquí se han roto hasta las agujas del reloj de la catedral, por ello toca su campana, la Paula desde 1582, esta nueva lo hace desde 1885.
Sede Episcopal heredera directa de unos cristianos que navegaron hasta estas tierras desde la Britania romana, los bretones, su líder Maeloc ya fue mencionado en el Concilio de Braga del año 562. Esta última a su vez fue huésped temporal de la histórica Diócesis de Dumio, usando por tiempo sus lideres el trato de Episcopus Dumiensis. Britonia o Bretoña puede que se trasladara en 966-971, por motivos de seguridad a “Mendunieto”, conocido más tarde como San Martiño de Mondoñedo, en Foz, esta ya existente entorno al 866-877 con el Obispo Sabarico (a quien sucederán Rosendo I, Sabarico II y San Rosendo) aquí emplazada aun está la que se considera catedral mas antigua de España del siglo XI. Pero imparable vuelve a moverse en 1112, al Val de Brea, Valíbria, que toma el nombre de Mondoñedo. El Obispo Nuño Alfonso, por bula de Doña Urraca de León decide buscar un lugar para protegerla de las invasiones normandas y vikingas, y no pudo encontrar mejor sitio, no solo escapó de ser robada o destruida, la salvaguardó tanto, que la hizo inmortal.
Capital de una de las siete provincias del Reino de Galicia hasta 1833, abarcando una extensión de 2000 km², sometida a la férrea fé de la mano de la mitra, fue un mundo de capas, caminos y caballos.
El centro de la vida es su Catedral iniciada en 1219, de estilo románico, preside con la magnitud de una montaña y nada se eleva sobre ella, tocando casi los cielos, Monumento Nacional desde 1902 y Patrimonio de la Unesco dentro del Camino de Santiago. Un bunker del saber es el Real Seminario Conciliar de Santa Catalina, fábrica de grandes ilustrados desde en 1572, aunque el actual es de 1775, en su biblioteca o archivo, se puede desempolvar uno de los mayores tesoros paleográficos del noroeste peninsular, la historia contenida en legajos de papel. Podemos acercarnos también al Santuario de los Remedios que tiene su origen a mediados del siglo XVI pero su imagen actual es barroca de 1733. A los pies del mismo encontramos la Alameda, lugar de fiesta y ferias, a su otro extremo se cobija el Hospital de San Pablo y San Lázaro, una actividad que ya existía en 1275 para ayudar a leprosos, o peregrinos, construido y reubicado de nuevo para mayor y mejor servicio social a finales del XVIII. Podemos parar a beber en A Fonte Vella que sacó la sed de decenas de miles de almas. O caminar sin sacar la vista de los innumerables Pazos urbanos de Caión, Santo Tomé, Montenegro, Luaces… tantas casas blasonadas y de piedra que parece un viaje al esplendor italiano de la Toscana, Milán o Venecia.
Existen también Pazos foráneos como el de San Isidro, obra de Ibáñez Pacheco, se dice que su “lareira” era de las que quemaba “bosque y medio” para calentarse al año. Es un placer caminar por el barrio de Os Muiños, con el sonido relajante del agua, solo interrumpido por la maza de un artesano. O cruzar a Ponte do Pasatempo sin ser retenidos como le paso a Isabel de Castro, que intentaba no decapitaran su esposo el famoso héroe gallego, enfrentado a los Reyes Católicos, Pedro Pardo de Cela.
Poseen otros tesoros arquitectónicos a tan solo unos kilómetros y que están también ligados con lo eclesiástico. El primero de ellos con un carisma propio es el Pazo de Masma o Palacio del Buen Aire, residencia de verano del obispado, un especie de Castel Sant´Angelo, que mandó hacer Antonio Sarmiento y Sotomayor en 1735, se dice que allí está enterrado su corazón, a él le debemos muchas de las grandes obras barrocas antedichas. La segunda de estas joyas es el Monasterio franciscano de Os Picos, en su ascenso podemos encontrarnos una procesión de “cruceiros” y “petos de ánimas”, se sabe existía en 1348 , pero se rehízo en el XVIII.
Hay edificios abandonos, tanto religiosos como civiles, fruto de la erosión, lo hace a su ser más bello y “vello”, como una pátina antigua, un arañazo, pero de musgo aterciopelado. Nos hace reflexionar, sobre lo material y espiritual, la juventud o belleza efímera, nos recuerda que estamos de paso, algo que eleva el misticismo mindoniense. Y no es extraño que Camilo José Cela, que se identificaba familia del Mariscal, escribiera en “del Miño al Bidasoa”, la visita de un vagabundo a la ciudad, donde se encuentra con su insigne habitante Álvaro Cunqueiro Mora, el Nobel acierta titulando el capítulo como el “Viejo Mondoñedo”, porque unos cuantos años e historias si carga encima.
Como un yacimiento arqueológico perdido, emerge tal cual civilización antigua, rodeada de una selva, un bosque encantado. Aquí aman tanto a los árboles, que están como conectados a ellos por raíces, tanto, tanto, que fue el primer caso de Europa en celebrar una fiesta en su honor, cuando se plantó la Alameda gobernando del Regidor Luaces en 1594. A ella también bajan “As Bestas”, caballos salvajes al galope, una vez al año, un ritual ancestral, es la “Feira de As San Lucas” que se celebra desde casi hace 900 años. Sus montañas esconden las cuevas más profundas de Galicia, las de O Rei Zintolo, entre la oscuridad de leyendas y la luz de la ciencia. Desconexión y conexión natural, aquí en el valle húmedo existe un ecosistema propio, rodeado por un cinturón, vergel de lo animal, vegetal y mineral.
Adentrarte en ella es un viaje al pasado, caminas por sus calles enlosadas por lascas de pizarra y escuchas susurrándote a Cunqueiro, explicándote cada uno de sus rincones y piedras. Porque como nos recuerda Juan Cruz y él mismo apunta en el artículo “La hoja del Mar de 1982: “Hubiera querido escribir la historia de mi ciudad como Thomas Mann hizo en los Buddenbrook”. Seguro que lo haría desde ese desván donde alargó la vida a la ciudad, con apuntes de esa letra tan característica de él y pasada a esa máquina Smith Premier Typewriter Nº10. Sin duda nadie mejor que él, el guardián de las llaves de Valibria.
En cuestión de apetito siempre tuvo buena fama, y buena cuenta da otra vez Don Álvaro, de los manjares de la zona, que debieron influir en su paladar muchísimo para crear “Cociña Galega”. Una huerta fértil o una costa cercana donde como escribió ya los prehistóricos marisqueaban. Aquí se cultivó el primer maíz traído de América a Europa, fue en 1604, cuando lo trajo una vecina, Magdalena de Luaces, casada con el gobernador de la Florida Sus tartas de Mondoñedo son, almendra y cabello de ángel, puede que sean celestiales y no de calabaza, tanto por su sabor, como por tener enchufe en el cielo. Es un producto que se come desde la edad media, de incierto origen, igual milenarias, ya que podemos ver este dulce junto a otros alimentos en un capitel del XII/XIII en el comedor del Pazo de Xelmírez, un producto que revivió a fama nacional Carlos Folgueira. Mira como son aquí que hasta un pastelero de Lindín Francisco Otero, intentó matar a Alfonso XIII.
Es una musa o meca creativa. Aquí vivió el obispo Fray Antonio de Guevara, uno de los escritores más traducidos y leídos del renacimiento, nada menos que cronista de Carlos V, a quien se cree escribió su discurso de proclamación como emperador, también uno de los primeros demandantes de justicia social, con obras como “Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea” 1539. Fue un personaje tan relevante, que es mencionado en el prólogo de la obra más universal de la lengua española, el Quijote de Cervantes.
Una ciudad de película que bien podría filmar su vecino Victoriano López García, Goya Honorífico. Quizás podría dedicarle una canción González Santavalla, Lodeiro Piñeiroá o Pascual Veiga como musicó el himno de Galicia. O un poema Noriega Varela, Díaz Castro o Díaz Jácome. O escribir sobre su pasado Villa-Amil o Lence Santar. O novelarla Marina Mayoral o Delgado Luaces. Esculpirla Alonso de Rozas. O curarla si se hiere o enferma, su protector, el médico republicano Leiras Pulpeiro.
Algo tiene Mondoñedo, quizás magia. La ciudad parece cubierta con polvos de hada, fruto de un hechizo o meigallo, que la congeló para siempre. Y puede ser, pues Merlín, Manolo Montero, merodeaba por sus calles hasta hace bien poco. Mondoñedo verde, arena, sepia y piedra, de imagen perenne y olor a incienso, no la mueve ni el viento, la ciudad donde se paró el tiempo.
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